Resulta interesante, por decir lo menos, que una marca de autos de alta gama sea la más rentable del mundo. Definitivamente Porsche está haciendo las cosas bien. Oliver Blume, CEO del fabricante de autos alemán, asegura que su éxito se basa en algo más que hacer dinero: “nuestro objetivo primordial no es conseguir números de venta altos. Estos son la consecuencia lógica de nuestra estrategia corporativa y una expresión de la atractiva gama de nuestro producto”.
En cifras esto significa que Porsche generó en 2015 ingresos netos de 21.500 millones de euros, con una utilidad del +25%; lo cual representa ingresos adicionales de 3.400 millones de euros por la venta de 225.000 autos y un crecimiento de 19% respecto a 2014.
De igual manera, la planta de empleados creció el año anterior en un 9%, con un cierre en 2015 de 24.481 trabajadores. Seguramente Oliver Blume tiene razón al decir que su éxito no se debe a una receta mágica sino a una aplicación estratégica que se remonta al anterior CEO, Wendelin Wiedeking, quien encaró la tarea de recuperar a Porsche de una quiebra segura a fines del siglo XX, cuando sus modelos eran considerados poco atractivos.
Fue en el tiempo de Wiedeking que se retomó la pasión por el Porsche 911 y se desarrollaron modificaciones al Porsche clásico, incorporando a la estrategia de ventas la presentación del Boxster, que definitivamente logró un relanzamiento de la marca y reporta ganancias hasta la presente fecha.
Wiedeking construyó el éxito de Porsche sobre la estrecha relación entre los directivos y la plantilla de trabajadores, y consideraba que la cultura de los accionistas la destruiría: “si escucháramos con regularidad a los inversores, nos orientaríamos a muy corto plazo, eso no funciona en Europa… La filosofía de Porsche es que lo primero es el cliente, luego vienen los trabajadores, los proveedores y por último los accionistas. Si los tres primeros están contentos, también lo están los accionistas”, solía decir el anterior CEO de la marca.